sábado, 20 de marzo de 2010

¿A QUIEN SERVIREMOS?

Libro de Ezequiel Capítulos 8–11

Desde el principio de su relación con Israel, Jehová había indicado que él tendría que ser su único Dios y que no estaba dispuesto a compartir su gloria con nadie más. En el primer mandamiento, dice que él es celoso y que no debían adorar a ningún otro dios o imagen. Él iba a ser el único Dios de Israel (Éxodo 20:2–5).

Josué advirtió a Israel que tenían que elegir. Debían eliminar a los otros dioses y servir sólo a Jehová. Les exhortó: “Escogeos hoy a quien sirváis”. Cuando eligieron, sin pensar bien, que servirían al Señor, Josué les advirtió que no lo podrían hacer bien porque él “es Dios santo y Dios celoso” (Josué 24:14–19).

Josué les enseñó que Jehová no toleraría su pecado. Si lo dejaban por servir a otros dioses, “él se volverá y os hará mal, y os consumirá” (24:19–20). Después de escuchar la advertencia, Israel confirmó su decisión de servir sólo a Jehová.

Siglos después, Elías tuvo que repetir la advertencia: Dios no estaba dispuesto a compartir su gloria. Al reunir a la nación en el monte Carmelo, el profeta les preguntó: “¿Hasta cuando claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21b).

El pueblo no rechazó a Jehová de una vez. Lo que ellos querían era seguirlo, pero manteniendo su relación con los demás dioses también. No estaban dispuestos a dejar a los ídolos para seguirlo sólo a él. Elías repite que el Señor no acepta esas condiciones. Si él iba a ser su Dios, tendría que ser el único, porque no comparte su lugar con los dioses de piedra y palo de las naciones paganas.
Después de tantos recordatorios, Israel debió haber aprendido esa verdad. Sin embargo, Ezequiel se enfrentó al mismo problema. Se dio cuenta que dentro del templo de Jehová se encontraban las prácticas paganas de las otras naciones.

Después de anunciar el juicio por esta rebelión e idolatría, Ezequiel presenta cuatro visiones acerca de la adoración idolátrica en la ciudad y en el templo. Esas abominaciones habían llegado a tal extremo, que la gloria de Dios los abandonó.

Dios no estaba dispuesto a compartir su lugar con ningún otro. De nuevo se manifiesta el contraste entre la gloria del Omnipotente, y el desprecio de ellos. Se repite el mensaje; el conocimiento adecuado del Altísimo produce reverencia, sumisión y obediencia.

Lo que fue cierto en el tiempo de Ezequiel, lo es también hoy. Ser parte del pueblo del Señor requiere una decisión. No se puede andar en medio, entre la Palabra de Dios y las costumbres del mundo. Si el Todopoderoso es quien dice ser, tenemos que seguirle. Un concepto correcto en cuanto a quién es él, produce sumisión y obediencia; él no comparte su lugar con nadie más.

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