viernes, 19 de marzo de 2010

UNA RECOMPENSA MERECIDA

Libro de Ezequiel Capitulos 4–7

Dios ha encomendado a cada quien alguna tarea o trabajo. Éste puede ser fácil o difícil, agradable o desagradable, relevante o sin mucha importancia. El Señor no nos responsabiliza mirando la importancia o dificultad de la tarea asignada; él sólo nos pide que seamos fieles al llevar a cabo el trabajo y que lo hagamos lo mejor que podamos, según la capacidad que nos ha dado.


Ezequiel señala que hay dos actitudes diferentes que podemos asumir ante el cumplimiento del trabajo designado por Dios. Estas representan las dos alternativas que podemos elegir cuando él nos da una comisión. Evaluemos nuestra vida para determinar qué actitud imitamos.


La primera que el profeta señala es la que manifiesta Ezequiel mismo. Israel se encuentra en el cautiverio en Babilonia y Dios manda a su profeta para enseñar a su propio pueblo quién es él.

Ese trabajo no era fácil. Ellos se habían hecho rebeldes porque no querían oir la voz de Dios. Por eso, él escogió a Ezequiel como atalaya del pueblo. Lo había preparado mediante 1) una visión de su gloria, 2) un acto simbólico de identificación con su palabra, y 3) la provisión de la fuerza para resistir a la casa de Israel.


Al instruirle acerca de su primer trabajo, Dios le indica las condiciones en las cuales lo realizará: encerrado en su casa. El profeta no solo haría esto, sino que también lo haría estando mudo; aun su silencio nos enseña. Puesto que lo que iba a anunciar el profeta era la palabra de Dios, sólo hablaría cuando el Señor se lo indicara y no cuando el pueblo quisiera oírlo nada más.


A pesar de lo dificil de la tarea asignada, y la incomodidad personal que experimentaría, Ezequiel cumple fielmente su tarea. Nos da el ejemplo de lo que Israel debería haber hecho. Reconoce la gloria y soberanía de Dios y se somete a él. Además, hace todo lo que el Señor le pide.

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